¿Qué tenemos que aprender de los maestros?
¿Qué tenemos que aprender de los maestros?
Del latín magister – “jefe, director, profesor”, “aquel más grande”, de la raíz magis – “más” y prefijo mega – “gran”. Así como sus sinónimos más contemporáneos – “experto, erudito, sabio, gurú, chamán”, hacen referencia a una persona cuyas cualidades la hacen un maestro.
Lo cierto, es que vivimos en una cultura de raíces milenarias donde la figura de los maestros ha sido siempre venerada como una posición de autoridad. Incluso en el Poema de Gilgamesh, considerada la “primera obra literaria” de la que existe registro, se hace mención a un sabio llamado Utnapishtim, al cual el mismísimo Gilgamesh recurre a pedir que le otorgue el don de la vida eterna. Así también, los chamanes tenían puestos superiores en las tribus, los eruditos tenían cupos en las cortes medievales, y gurús, sabios y maestros desarrollaron complejas estructuras sociales en torno a determinadas creencias.
De hecho, hoy, el término es todavía más común gracias a la comercialización de programas de educación y formación de distintas índoles y campos de estudio que reciben el título de maestrías. Los cuales, en teoría, gozan de las mismas atribuciones que en la antigüedad – un grado de posición superior.
Lo no trivial, en mi opinión, es que la autoridad que le otorgamos antiguamente, y le seguimos otorgando a los maestros también tiene relación con algo intangible, con algo inmaterial: su sabiduría, sus experiencias y/o sus talentos. Y esto queda muy lejos de la posición que sea que tengan, de sus estatus sociales, de sus nombres, de sus edades, del dinero que poseen, de cómo visten, de cómo hablan, y de las obras maestras que dejan “plasmadas” en el mundo material – basta recordar a Sócrates, quien no dejó ninguno de sus invaluables pensamientos por escrito.
Entonces, la pregunta que me acecha es: ¿Qué hace a un maestro un maestro?
Si no es su posición, ni su título, pero tampoco la mera posesión de sabiduría, experiencia y talento.
¿Es el maestro carpintero siempre maestro carpintero?
Y si él no carpinterea, ¿Cómo sabemos de su maestría?
Y si nosotros no carpintereamos, ¿Cómo entendemos de su maestría?
Y si la carpintería ya no es relevante, ¿De qué importa su maestría?
Y ¿Cuánta experiencia, cuánta sabiduría, cuánta maestría habrá existido a lo largo de la historia del ser humano, y quizás desde mucho antes, para luego ser desechada en el olvido, en la indiferencia, en el desuso?
Pues, pienso que he ahí lo que hace a un maestro un maestro – las pistas están servidas en esta última pregunta, escurridas entre la poesía.
- La maestría ocurre en la interacción del maestro con la realidad, y con lo visible para un aprendiz – el que ve y observa, que oye y escucha. Es decir, es una acción mutua, un evento colectivo, una enseñanza.
- Y su cualidad principal es la “vigencia” – que la enseñanza sea actual, válida en el paradigma presente, que tenga valor en la realidad del aprendiz. Es decir, independiente de cuándo ocurrieron los eventos que le dieron la experiencia al maestro, el maestro es capaz de accionar dichas experiencias pasadas de tal forma que para el aprendiz tengan sentido como enseñanza.
… Y perdonen que me repita: ¿Que tengan sentido cuándo? ¡En el ahora! Independiente de la temporalidad de la vida del maestro, independiente de la temporalidad de las experiencias originales del maestro, la enseñanza que se produce tiene valor presente para quien la aprende.
“El pasado no tiene poder sobre el presente” – Echkart Tolle.
Entendiendo esto, es entonces natural ver como maestros de otras épocas desaparecen de nuestro consciente colectivo, de nuestro día a día – incluso habiendo dejado tremendas huellas materiales en nuestra realidad – a menos que surja, de alguna persona, una “nueva” interpretación de aquél olvidado maestro, y que nos ilumine, que nos enseñe, que la maestría nos sea “nuevamente” vigente.
Por lo tanto, creo profundamente que quien desee convertirse en un maestro debería tomar en cuenta que el título de maestro no es una posición, es una ocupación – es una constante acción, y conversación, y actualización con lo vigente.
Un maestro, por muy maestro, nunca deja de ser aprendiz de la vida, porque entiende que el “sé que no sé” no termina, que todo cambia y que nada es para siempre.
“El tonto no piensa que es sabio, es el sabio quien piensa que es tonto” – William Shakespeare.