La racionalidad está sobrevalorada
La racionalidad está sobrevalorada
Llevo aproximadamente un año acuñando esta frase, que nació espontáneamente del “hacerme sentido”. Ahora, creo que la puedo entender mejor, por lo que espero poder explicarla y compartirla.
La racionalidad lleva muchísimos años instalada en nuestra cultura como el recurso esencial para el desarrollo y crecimiento de la vida, tanto individual como colectivo.
Lo escuché por primera vez de Julio Olalla, y ahora lo escucho más seguido: “Desde que ocurrió la separación entre lo espiritual y lo científico, la ciencia (aún precaria para la época) y la razón se encargaron de explicar la realidad demostrable, y las religiones (aún más precaria, y probablemente el primer acercamiento a la psicología de la época), la metafísica y el esoterismo se encargaron de lo ajeno a la realidad demostrable”.
Como decía inicialmente, me resultaba intuitivo conectar esta frase con la racionalidad, como el momento histórico en que el “saber” intelectual (la ciencia, lo demostrable, lo material, lo racional) se transformó en símbolo de autoridad y valor. Sin embargo, ahora creo poder desvincularme de esa discutible conexión e ir a una propia interpretación.
Pienso que la racionalidad ocurre, se desenvuelve y opera en el campo del “sé que sé”. En el campo de lo conocido, o al menos conocido para la realidad, para otros. Es común que los tests de racionalidad caigan en la vanalidad de qué tanto “sabes”. Una prueba racional de matemáticas no mide más que saber la respuesta correcta de la multiplicación de nueve por ocho, independiente de cómo has llegado a ella – si por memoria, por lógica o por azar. Más allá de eso, un test de racionalidad lo entiendo como una comprobación, un test binario de respuestas correctas o incorrectas.
Resulta que hoy las personas “racionales” son las que catalogamos como las personas inteligentes, destinadas al éxito. Y ¿cómo no? Si básicamente nos compramos que el éxito es hacer las cosas de la forma correcta, de la forma esperada, de la forma que creemos tener “certeza” que “es así”.
Sin embargo, creo profundamente que en el campo del “sé que sé” es donde no ocurre nada nuevo. Es donde la estabilidad, la inmovilidad de los conceptos e ideas marcan pauta del que hacer, de la rutina, de los resultados esperados siempre-bienvenidos.
Tiene que ver con algo que hace poco también observé desde otro punto de vista. El hecho que curiosamente la frase de Socrates sobreviviera hasta estos días (donde se premia el “sé que sé”).
“scio me nihil scire” en latín,
“sé que nada sé” en español
Y me pregunto: ¿será que Socrates, como prolífico pensador, entendía que el cambio, la movilidad, la reflexión, el cuestionar, el adaptar, la vida misma, se encuentran en el campo “sé que no sé”? ¿Y que la decía como la única afirmación siempre válida en ese campo?
Si tuviese que diagramar o dibujar ambos campos operando, sería algo así:
No tiene mucho de novedoso, sin embargo, creo que tiene valor verlo así y por eso lo quiero destacar.
Y es que cuando digo que la racionalidad está sobrevalorada, intento decir que le estamos dando más valor del que tiene, pero no busco quitarle el que tiene. Un buen cultivo, manejo y uso de la racionalidad nos ayuda a caminar, con “certeza”, por el borde de lo conocido. Que es justamente allí donde tenemos la chance de explorar lo desconocido. De descubrir, de crear, de innovar. ¿No que de eso se trata lo que llamamos desarrollo y crecimiento?
De primeras, esperaría que el lector tomase consciencia del valor de entender la racionalidad como una herramienta y no como un fin. Que la racionalidad no tiene sentido por si misma, más que darle sentido a lo conocido, y de paso darle sustento a lo nuevo, a lo desconocido hasta ahora.
Y, por sobre todo, de segundas, me encantaría proponerle al lector lo siguiente: sobrevalorar la racionalidad resta disfrute en tu vida. Pensar que solo las respuestas correctas son dignas de celebración, y peor aún, que las respuestas incorrectas son dignas de castigo, es discutiblemente lo más miope y boicoteador que hemos aceptado los seres humanos. Es por eso que quitándole la exagerada importancia a la racionalidad (al saber la respuesta correcta, al éxito “comercial”) y devolviéndola a su puesto original, creo que la vida se torna menos tortuosa, menos castigadora, y más libre. Sobre todo, más libre. Y creo que esa libertad, la libertad racional, intelectual, mental, es una ruta al goce, al crear, al jugar, al disfrute de la vida.
(2da Edición)